Mi Historia
A los 8 años leí La Biblia (una
espléndida colección de mi abuela de 10 tomos ilustrada) pero no me hice
religioso, luego El Quijote y una biblioteca entera propiedad de mi Tía Estela
que devoré en mi exilio.
Mis padres se habían divorciado y mi alimento
espiritual era la rutina del colegio (¡que horrible repetir sandeces!) y mis
dos abuelas italianas que me sumergían en relatos sobre las vidas paralelas de
sus familias en Los Alpes. Del colegio solo tengo un record Guinness, me
enviaron a izar la bandera en un mástil de casi 100 metros y rompí el alambre
que elevaba el símbolo patrio, desde aquel día... sigue sin solución el déficit
de bandera.
Durante aquel exilio mi única amiga era mi
prima hermana Mónica, escritora igual y soñadora. Bueno yo soñador y ella
escritora.
Siempre pensé que sería escritor, lo que
ocurre es que viví extraviado hasta los 50 años. Fui ayudante de albañil,
vendedor de tonterías varias, guardia urbano, agricultor de temporada,
friegaplatos, modelo de desnudos para dibujantes, traficante en pequeña escala
de la Mafia griega, profesor de El Capital de Carlos Marx muy joven en la
Universidad, empresario y profesor de niños y jóvenes en mi trabajo actual.
Y el extravío durante aquellos
años me llevo de regreso a mi cualidad intima, contar y escribir historias como
lo hacían mis abuelas y pensar sobre la sociedad y desvelar sus artificios
ideológicos. Con lo cual… he regresado a la pasión que nunca abandone.
Y les invito a juzgarme por esa esencia,
personal, efímera, sutil,
ambivalente y compartir mi oficio de cultivo de la
inteligencia y la memoria.
Si alguien es responsable de este
avatar, diríjanse a mis dos abuelas: Francesca & Doménica
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Ésto es lo enviado por Juan Re Crivello, fui a investigar a la red social donde lo conocí y dice que estudió Historia en Barcelona, que vivió en México y Atenas, ahora vive en Villanueva y Geltrú, Catalunia, España.
Tiene un blog y varios libros: http://juuanre.wixsite.com/re-crivello-escritor.
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Aquí su relato:
Carretera de Centralia (Pensylvania) antes de desaparecer
“Los viajeros sin rumbo están abiertos a reducir la miga de
pan o aumentarla, con solo un instante que perciban del otro lado un corazón
abierto, y cada propuesta –en su viaje- cambia su ligera previsión de llegada
por un circulo interior que le domina unos días hasta que restablece su afán”
Viajeros y autostop -j re
A menudo las frías carreteras son aburridas y lentas. Uno es
joven y hace autostop para subirse a un director de escena que ansía conversar.
Los largos viajes de un joven como yo que atravesó toda Sudamérica y Europa con
tan solo un dedo y un cartel sin plan y guía entre los 17 y 21 años dan para
muchas apuestas (1). El paso del tiempo atrae esos recuerdos, pero me he
propuesto no hablar. Lagos, estanques, montañas, traviesas de ferrocarril y
kilómetros desolados no agregan más que enseñanzas o maneras de ver los
designios humanos.
A menudo esos espíritus hablan, en otras son rubias apretadas
de soledad que se unen a tu alma. Los viajes te cambian y te meten una caja de
ruidos, de voces que cuentan historias y medias verdades —digo, si Ud. me deja
Estimado lector—, que escuché muchas; y sonaban como si fueran a meternos en su
salsa, pero el largo viaje nos cansa y nos atrapa, pero nos hace tomar
distancia. Una segunda vida para mi nació en esos caminos, con ello, si recito
o cuento historias, considerad que es el favor que cumplo para aquellos que me
explicaron su magia pensando que tal vez la atraparía.
Y… ¡Así fue! La magia del escritor. La magia de la memoria
¡Cúmplase aquella orden… pues!
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Otro relato
Voy a hablar de un señor que cumplirá 82 dentro de unos días.
Es de estatura mediana, gran conversador, humor irónico y tan creativo que a su
madre le diseño una casa con techos en u. y el pueblo agoto las aspirinas ante
la inquietud que les transmitía. Cuando se acerca su cumpleaños uno se siente
intrigado en cómo explicar tan sugerente personalidad si uno tiene el placer de
estar a su lado. No todos los días, pues él está a 12.000 Km de distancia; pero
razona, recita, especula en mi cerebro casi como si estuviera en cuerpo y alma.
Es mi tío Armando (los dos pertenecemos a la constelación
Crivello) y compartimos un ancestro común: su padre, mi abuelo, que hizo
fortuna en 20 años y falleció tan rápido que su vacío llena nuestras
tradiciones. Pero hoy hablaremos de una obra de mi Tío.
Hace años cuando era un joven arquitecto le visitó en su casa,
en una ciudad que ha crecido entre la frontera de Argentina, Brasil, y Paraguay
un alemán del cual su mayor deseo antes de regresar a su país y fallecer, era
donar dinero para construir una escuela. Mi tío le escucho, nadie le había
tomado en serio. Aún recuerdo esa manera reposada de los dos sentados en un comedor
con una mesa grande y sillones y una escalera abierta que lleva a las
habitaciones superiores. En el centro de aquel comedor una abertura al estilo
de un cráter permite ver el techo de toda la casa del cual una parte es de
cristal. Si a su madre le hizo el techo en u, para sí y mi Tía Gladis diseño
una obra de arte. La conversación se alargó, con lo cual decidió invitarle a su
especialidad dos entrecots en su asador particular.
Él vive en una casa en una
esquina que tiene una terraza llena de plantas tropicales y un pequeño asador.
La comida trajo el acuerdo, harían esa escuela muy cerca de otra antigua en un
pueblo del interior donde la pobreza atrapa a las víboras y remata de risa a
los pájaros que van de paso para Brasil. Los lugareños afirman que esquivan ese
sitio por su angustia a caer en círculos. Luego una vez lista la obra, le
dejarían una carta al Director de la otra escuela y esperarían a ver cómo según
sus cálculos todos se trasladarían a la nueva como si nada hubiera cambiado.
Los dos coincidían en que esto sería así, pues compartían en sus lecturas el
realismo mágico de Gabriel García Márquez.
Mi tío Armando se aplicó y visito la obra y al alemán a la
vez, a quien le llamaremos Hans. Cada semana. Siempre lo cuenta tan gracioso:
“golpeaba en la puerta, me abría una señora y hablábamos en un comedor de dos
sillones y una mesa. Al final un cuadro de flores rojas era el único adorno. Yo
le comentaba los trabajos, el firmaba los cheques para pagar a los trabajadores
y materiales. Y traían un café. Luego un silencio se esparcía entre nosotros. A
lo sumo el preguntaba siempre lo mismo”.
— ¿Los ladrillos los harán en un horno de esos de antes? Con
barro y paja de campo
—preguntaba Hans.
—Sí. Respondía y luego detallaba que todo era de madera, con
ventanas tan grandes que el sol pudiera entrar y salir continuamente sin pedir
permiso. Él sonreía ante mi observación. Cada semana variaba la pregunta, que
si los patios serian de tierra con dos campos de futbol como los del Boca Juniors,
y con parsimonia contestaba: “serán tan grandes que el balón rodara tan
enloquecido que los partidos acabaran con más de 20 goles” —y él sonreía.
O aquella pregunta que me tomo de sorpresa:
— ¿Ha previsto un lugar para que ellos canten y hagan música? “Hay
una sala donde el piano se asoma, los violines se rodean de manos brillantes, y
las partituras se abren como los juegos de naipes y todo el suelo y el techo es
de madera de pino de Brasil para que al hablar o cantar las voces se decidan a
ir en todas las direcciones y si Ud. fuera tal vez quedaría envuelto en una
nube de melodías”. Hans me miró, sus ojos dejaron paso al asombro, luego unas
palabras: ¡eso sí que es realismo mágico Armando! (1).
La última semana, nos despedimos y le conté que ya todos habían
ocupado la escuela y el gobierno provincial hacia la vista gorda ante el uso de
una propiedad que no conocía nadie y preguntó:
— ¿Y las pizarras son grandes como planeamos? Ante lo cual
contesté por última vez: “tan grandes que las letras caen en cascada sin fin
como nuestras cataratas”. Y esta vez rio a carcajada limpia.
Dos años después me llego un sobre a través de una persona.
Hans había fallecido y pagaba mis servicios.
Nota:
La escuela sigue allí después de 50 años y aún no saben quién
es su dueño.
Nota 2:
Doy fé de lo contado y que todo es real.