Un personaje que moviliza sin
pretenderlo, así es Ventura.
Un hombre inmutable, obstinado por su trabajo, Ventura pasa por la
vida sin desear cambiarla ni dejar que nada lo cambie a él.
Por momentos me vi tentada a
creer que era un robot, en otros pensé que se trataba de un ser autista -aun
creo que algo de eso hay- o que era la reencarnación de Chance, el personaje de
Jerzy Kosinski, que volvía desde su jardín a ser un vendedor estrella en una
tienda española.
No, nada de esto. Ventura es un
ser extraño e impenetrable. Tan eficiente que irrita a sus colegas, tan
educado, formal y elegante que seduce a sus compañeras y clientela femenina. A
la vez, un hombre que está tan obsesionado con su propio personaje que no puede
ver que todo cambia y se derrumba a su alrededor, él ha de seguir inconmovible.
Su idiosincrasia enigmática puede
llegar a cuestionar nuestra propia naturaleza, si hilamos fino nos
preguntaremos por nuestra sombra y será tan difícil de descubrir como la
personalidad de Ventura.
Un libro que refleja un manejo
hábil de la trama como del idioma, que denuncia el devenir caótico de nuestra sociedad y lo poco preparados que estamos para sobrevivir en ella, que nos mantiene pendientes de su desarrollo
y que no es fácil de olvidar cuando cerramos el libro.
Mis
felicitaciones a Juan Sánchez y el agradecimiento por dejarme entrar en el
mundo de VENTURA.
Y quién es Juan Sánchez ¿Es parte del personaje? Veamos su biografía:
Juan
Sánchez nació en Guadix (Granada) en 1963 pero desde los cuatro
meses de edad
reside en Barcelona, donde estudió Periodismo y Filosofía y Letras en la
Universidad Autónoma.
Entre
1993 y 1996, se formó en el Taller de Creación Literaria de su ciudad y en el
2006 realizó un Posgrado en Desarrollo Audiovisual en la Universidad Ramon
Llull.
Ha
escrito guiones para productoras audiovisuales como D’OCON y Neptuno films y el programa de Televisión Española
TPH Club y ha colaborado como corrector y redactor para las editoriales Círculo
de Lectores, Ramdom House Mondadori, Gedisa, Barcanova y
Parramón-Granica-Belacqua.
En
1997 ganó el I Premio de Literatura Epistolar
de Correos y Telégrafos de España con el relato “Querida Leonor” y fue
finalista en 1999 del IV Premio NH de Relatos con “El ejecutivo vacante”.
Su
primera novela, Ventura, publicada en Amazon en septiembre de 2016, está
protagonizada por uno de los personajes más enigmáticos de la literatura y,
entre otras cosas, es una demoledora crítica de la pérdida de valores en la
sociedad actual.
Entrevista
¿Eres
escritor de carrera o has seguido otra carrera?
Soy escritor por vocación y por pasión. Porque siento la
necesidad de expresarme a través de la palabra escrita de la forma más bella y
justa posible. He estudiado dos carreras de Letras, Periodismo y Filosofía,
pero si
escribir puede entenderse como una carrera, es una carrera
de fondo. Las grandes obras y el reconocimiento tardan en llegar, si
llegan.
¿Vives
de la literatura? O ¿Cuál es tu ocupación?
Vivo de
la literatura y para la literatura pero no me gano la vida con ella ni creo que
sea necesario. Trabajo como funcionario por las mañanas y escribo, cuando
puedo, por las tardes.
¿Con
quién vives y dónde? ¿Te acepta tu
familia como escritor?
Vivo con mi mujer y mi hijo en Nou Barris, un barrio obrero
de Barcelona. Mi mujer también escribe. Ella es ensayista y yo narrador, así que
trabajamos en diferentes campos literarios y somos muy compatibles. Mi hijo es
aún un bebé, y todavía no es consciente del oficio de su padre. Espero que le
guste lo que hago cuando pueda apreciarlo.
¿Cuándo
decidiste que eras escritor?
Desde
muy pequeño sentí que quería escribir, pero no me sentí escritor hasta pasados
los treinta años, cuando empecé a escribir los primeros relatos de una cierta
calidad.
¿Qué fue lo
primero que recuerdas haber escrito? ¿A qué edad?
Hacia
los doce años leía más cómics que libros, e inspirado por uno de esos cómics,
empecé a escribir una novelita muy cinematográfica titulada “En busca de la
Prehistoria” que no terminé. Trataba sobre una expedición de científicos y
aventureros a un lugar del mundo donde aún habitaban los dinosaurios.
¿Quién te ha
influido en tu vida literaria?
De muy
joven me influyeron algunos autores clásicos que leía con devoción. Kafka
primero y luego Borges, Cortázar y García Márquez, entre otros. Más tarde me
interesó la complejidad de autores como Proust, Joyce y Faulkner, y muchos más
que no terminaría de citar. Finalmente he terminado combinando el estilo de los
primeros maestros con el de los segundos: trato de contar, con un lenguaje
sencillo, historias complejas.
En cuanto a personas cercanas, mis
padres me influyeron quizá sin proponérselo. Mi madre me
contaba cuentos clásicos infantiles en la cuna que me fascinaban y mi padre
compraba libros de viejo que un buen día yo empecé a curiosear. Luego hubo una
profesora de Lengua en primaria, la señora Pelegrín, un profesor de Literatura
en el Instituto cuyo nombre siento no recordar y otra profesora, Alejandra Rifé,
en el Taller Literario de Barcelona. Y el grupo Los Silvestres, formado por
antiguos alumnos de ese taller, me ayudó mucho a consolidar mi escritura. A
todos los recuerdo con la mayor gratitud. Finalmente, no podría dejar de referirme
al extraordinario apoyo de mi mujer, Eva Campamà, que leyó atentamente Ventura y me ayudó a corregirlo y a editarlo.
¿Qué temas
son tus preferidos? Y ¿en qué géneros has incursionado?
Mi tema
preferido es el de la identidad. El misterio del ser humano, de lo que hace que
alguien sea lo que es, y todos los claroscuros que ello conlleva. Me fascinan
los personajes misteriosos que nunca se terminan de conocer del todo.
¿Tienes
hábitos para llamar a tus musas, alguna rutina? Como poner música, etc.
Para
escribir sólo necesito un poco de silencio y soledad. Cuando tengo una historia
que contar, conecto y desconecto fácilmente. Si me pongo ante el ordenador,
escribo, mejor o peor, hasta que llego a algún punto importante que dejo
esbozado para el día siguiente. El resto del tiempo desconecto de la historia,
me dedico a otras cosas y dejo que el inconsciente trabaje a su gusto hasta que
me vuelvo a poner ante la pantalla.
¿Qué es lo
próximo que te gustaría escribir?
Ya
estoy escribiendo mi siguiente novela, también sobre un personaje solitario y
singular, que se retira desencantado del mundo en el que le ha tocado vivir.
Aparte de esto, sin duda influido por el nacimiento de mi hijo Pau, me gustaría
crear un buen personaje para niños y escribir una serie de libros con él como
protagonista.
¿Te
sentiste diferente, bien, o cómo, después de publicar por primera vez?
Me sentí
diferente, en efecto. Me sentí más autor, con el orgullo y la responsabilidad
que ello conlleva. No todo el mundo puede escribir una novela, y mucho menos
una buena novela. Me sentí mal por un lado y bien por otro. Mal porque me costó
desprenderme del libro y bien, muy satisfecho, porque por fin había culminado
un largo y laborioso proceso.
¿Qué le dirías
a alguien que quiere publicar su primer libro?
Que no
tenga prisa pero que tampoco lo eternice. Que lo escriba y lo corrija
meticulosamente y lo dé a leer a dos o tres personas de confianza y, tras
escuchar sus opiniones, decida lo que le resulta útil y lo que no y lo publique
donde pueda. No conviene ser demasiado exigente con la editorial en la que
salga el primer libro, pues los comienzos suelen ser difíciles. Si el libro es
bueno, aunque empiece su camino de manera muy modesta, al final acabará donde
se merece.
¿Hay
algo más que quisieras decir y no te he preguntado?
Quisiera
darte las gracias, Mónica, a ti y a todas las personas que con su esfuerzo,
muchas veces insuficientemente valorado, contribuyen a difundir la literatura.
Quieres
hablar sobre:
Los inicios.
Mis
inicios como escritor se remontan a la infancia y la adolescencia, pero no
empecé a escribir “en serio” hasta pasados los treinta años, cuando ya era
alumno de un taller literario de mi ciudad. Allí empecé a dar rienda suelta y
orden a mis ideas literarias. Y durante los tres años en que frecuenté aquel
taller, escribí algunos relatos de una cierta calidad e incluso fui premiado en
algunos concursos. Luego unos cuantos alumnos más o menos destacados decidimos
dejarlo y seguir por nuestra cuenta. Formamos un grupo, Los Silvestres, y nos reuníamos
cada quince días en casa de uno o de otro. Durante varios años más, todos leímos
y escribimos y compartimos nuestros textos. Fue una época de una gran producción
y constante crecimiento, que recuerdo con enorme gratitud, en la que conseguí afianzar
mi escritura.
Los
momentos más emotivos de superación personal.
En mi
vida literaria hay dos momentos claves, muy emotivos: cuando terminé los
primeros relatos aceptables y cuando publiqué mi primera novela.
Pasé muchos
años intentando escribir como yo quería pero no lograba terminar casi ninguna
historia, y cuando terminaba alguna, no me satisfacía. Así que tomé una decisión
capital en mi vida: me inscribí, al mismo tiempo, en unos cursos de guionista y
en un taller literario, y todo empezó a cambiar. Fue a mediados de los años 90.
En unos meses, con mi esfuerzo y el apoyo de los profesores y los compañeros,
por fin logré terminar relatos en los que expresaba lo que quería de la manera
en que quería. Había alcanzado mi sueño de muchos años.
Un tiempo después, noté que los relatos breves ya eran insuficientes para
lo que quería expresar en ese momento y decidí probar con la novela. Estaba tan
habituado a las distancias cortas, que me costó un gran esfuerzo, pero lo
conseguí. Ahí está Ventura para atestiguarlo.
Cuando la publiqué, en septiembre de 2016, sentí que había dado otro paso
decisivo hacia adelante.
Los
miedos.
Todos
tenemos en algún momento miedos, bloqueos, y cuando eso ocurre, hay que guardarse el orgullo, buscar ayuda si
es necesario y tirar para adelante. Llegar hasta donde podamos es más que
suficiente.
Sus
motivaciones y sus ídolos.
Todo
escritor sueña con una gran obra, que quizá no llegue nunca pero está en el
fondo del deseo de escribir. Esa gran obra con la que yo sueño podría estar
inspirada por dos ídolos literarios muy diferentes: Kafka y Shakespeare. La
expresión sencilla y precisa de Kafka combinada con la profundidad casi
insondable de Shakespeare.
El peor
y el mejor momento.
A lo
largo de los años que llevo escribiendo, he pasado malos y buenos momentos.
Cuando terminé Ventura, se la envié a algunas
personas del mundillo literario que consideraba amigas para que me dieran su
opinión. Y algunas ni siquiera se molestaron en hacer una lectura rápida. Me
ignoraron totalmente. Lo comprendo en parte, porque todos estamos muy ocupados
y cuesta leer textos de otros, pero lo pasé mal.
El mejor momento literario que recuerdo
fue cuando terminé la primera redacción de Ventura. Justo al terminar la última frase, después
de meses de arduo trabajo, levanté la cabeza de la pantalla del ordenador y,
con lágrimas de satisfacción, le anuncié a mi mujer: “Acabo de terminar Ventura”.
El
rechazo y la publicación…
En el
mundillo literario, en que se mueven intereses muy variados como en cualquier
otro ámbito, hay que tomarse las cosas con cierta deportividad. Los rechazos de
las obras por parte de los editores a veces están bien motivados y a veces no.
Hay grandes obras que ha costado mucho publicar y obras muy malas que se han
publicado en seguida, y viceversa. Yo envié Ventura a
tres editoriales y, al cabo de muchos meses, solamente me respondieron de una.
Muy amablemente me comunicaron que les había gustado pero no la publicaban
porque ya tenían dos o tres libros preparados para este año. Como soy bastante
impaciente, decidí publicarla en Amazon con la ayuda de mi mujer, y ahí está,
al alcance de todos los lectores que quieran en todo el mundo.
¿Qué le
gusta cocinar? ¿Qué comida
prefiere?
No sé cocinar,
solamente sé preparar platos muy básicos. Mis platos preferidos son la paella
de mi madre y los fideos chinos que prepara mi mujer.
¿Le
gustan: los animales, deportes, música? ¿Cuales?
Los
animales me gustan pero en libertad. Me gusta admirarlos en los reportajes de
la televisión pero no me convence verlos en cautividad en las ciudades. Creo
que no es bueno para ellos ni para los humanos.
Me gustan algunos deportes y cierta música por la fluidez y el ritmo. Me encantan el baloncesto
y el blues, el jazz y la música negra en general, por el sentido del ritmo que
tienen, algo que intento aplicar a mis textos. Podría decir que escribo al
ritmo del baloncesto o del jazz.
¿Qué lugar
del mundo prefiere para vivir?
Mi
barrio, Nou Barris, en Barcelona, donde llevo toda la vida y donde transcurren
siempre, de algún modo, mis historias.
Si
tuvieras que comenzar de nuevo, ¿qué cambiarías?
No
cambiaría nada sustancial. Si acaso, aún trabajaría más la fluidez y el ritmo
del relato. Nunca me parecen suficientes.
¿Hay
algo que nunca hayas compartido antes y te gustaría hacerlo ahora sobre tu éxito
con VENTURA?
La
novela y el personaje de Ventura tienen algo de mí mismo. En cierto sentido,
que no voy a revelar, yo he sido Ventura en algún momento. Y cuando terminé la
novela, sentí que había pasado una larga página de mi vida.
Texto elegido por el autor:
EL EJECUTIVO VACANTE
Hace un instante, cuando estaba a
punto de entrar en mi Audi 6 de catorce válvulas, aparcado en zona azul entre Casp y Gran Via,
con el que pensaba llegar al aeropuerto y tomar el puente aéreo a Madrid, donde
debo impartir un cursillo a empleados de Freixes S.A., he sido atracado.
Ingenuamente deseé que se conformaran con el vehículo pero también me han
robado el móvil y, por desgracia, el maletín, mi bien más preciado, y cuando
descubran que no contiene dinero sino tan sólo un montón de manuales de
autoayuda, prefiero estar lejos.
Como decía, iba a entrar en mi Audi y he sido despojado del
maletín que me acompañaba a todas partes mientras iba repasando el argumento
del huevo y la sartén que tantos éxitos me ha dado y que naturalmente no es
mío, porque nunca he tenido, para qué, una opinión propia. Es cierto que de
joven cometí algunos deslices y quién no. En los Jesuitas escribí un poema;
alguna vez quise abrazar un credo político; durante una cena en casa de mis
padres discutí la opinión de Ricard Freixes, hijo del director general y ahora
uno de mis mejores compañeros, sobre la manera en que Susana LLetuga, mi actual
esposa, apoyaba los pies en el instante de golpear con su revés en aquellos
legendarios partidos del Club de Tenis Barcelona. Podría seguir la enumeración
si consiguiera recordarla pero lo importante es que, después de esos malos
momentos, siempre estaba la sonrisa comprensiva de Eugeni Cargol, mi padre, que
observaba mi torpeza o escuchaba mis relatos con la atención de un zoólogo.
Nunca olvidaré, o tal vez sí, si no me doy prisa, el día en que mi
padre siguió el rito que las últimas generaciones de Cargols, desde LLorenç, mi
bisabuelo, el primero de la familia que en 1902 lentamente cruzó la Sierra de
Collserola y se instaló en la ciudad, han repetido. Con la gravedad que el
momento exigía mi padre, emulando al suyo, me recomendó el manual del doctor
Covenny y me dijo ánimo, puedes tener temor pero no miedo. Aún no sé bien la
diferencia entre los dos términos aunque es bien cierto que diré las mismas
palabras a mi hijo, que está en camino. A lo largo de los años, no señor,
créame, no sé decirle dónde está la calle Diputación, han variado los locales y
los libros, pero no los sentimientos. Yo empecé en la librería Catalonia y mi
hijo puede que en un Happy Books.
Al cumplir los doce años salí de la boca de metro que hay delante de El Corte
Inglés y crucé la Ronda de Sant Pere decidido, pero entre las revistas del
vestíbulo me detuvo un temblor probablemente de miedo. Cuando recorría los
primeros estantes el temblor se había disipado, y después de bajar las
escaleras, mientras me acercaba a aquellos títulos de letras grandes y claras
en portadas rutilantes, se había convertido en un temor llevadero. Pagué con un
dinero ahorrado de las pagas semanales que en cierta medida podía llamar mío y
sostuve el primer manual entre mis manos como imagino que lo sostendrá mi hijo.
Después del colegio, en el cuarto de estudio, y también en el baño y en la
cama, fui aprendiendo de la eficaz prosa divulgativa del doctor Covenny su
teoría del yo, dividido en yo ocurrente, yo negociador y yo ejecutivo, que en
pocas palabras viene a decir que tenemos que negociar con nuestras continuas
ocurrencias para tomar las decisiones correctas, y ahora, lo siento señora, ya
sé que es mejor pedir que robar pero no tengo dinero, aún recuerdo que soy un
Cargol, un caracol deslizándose hacia un banco, y también que he llegado a ser
una especie de ejecutivo aunque no tengo claro si soy ocurrente. En los últimos
años a mi puesto, de creación tan reciente que carece de nombre fijo, a lo que
cabe añadir el continuo reciclaje, lo han denominado técnico en formación
esencial, especialista en perspectivas, auxiliar de tendencias, qué sé yo de
cuántas formas lo han denominado a este puesto que me obliga a contar una y
otra vez lo del huevo y la sartén, de modo que cuando alguien me ha preguntado
a qué me dedico, si era de confianza, le he respondido bromeando que como mucho
puedo decir aproximadamente lo que soy en este momento, mientras tomo este
gingsen o juego al squash, porque cuando termine de decirlo probablemente ya
seré otra cosa. Del manual del doctor Covenny pasé al de González Gargallo y luego
al de Guitart. Un manual conduce a otro. En cada aventura sentimental, en cada
examen del Institut d'Estudis Superiors de l'Empresa, en cada actividad
deportiva que empezaba consultaba el capítulo correspondiente. Durante un
tiempo, siguiendo el buen dictado del profesor Lorente, con el fin de disponer
de varias opciones estudié empresariales y jugué al tenis. Mis ídolos eran
Onassis, el multimillonario griego, y Bjorn Borg, el tenista sueco, ganador
cinco veces consecutivas de Wimbledon, que en sus fríos ademanes que le
valieron el apodo de "el hombre de hielo" y en su comportamiento
estricto demostraba haber seguido de manera literal el Manual del perfecto
deportista de Buisán. Después de las clases entrenaba en el Club de Tennis
Barcelona. Susana era entonces una tenista elegante que jugaba desde el fondo
de la pista y se teñía el pelo de rubio para parecerse a Chris Evert. Antes de
que ella terminara una frase, yo sabía si debía responder con otra frase, una
sonrisa o una carcajada concretas, y tenía la impresión de que a ella no le
sorprendían mis respuestas. Tras unas semanas de intercambiar gestos y caricias
no menos apasionados por previsibles, descubrimos que usábamos el mismo manual
de seducción. Entonces tuvimos claro en la medida en que se puede tener claro
que nada podía convenir más a un Cargol que una LLetuga y viceversa, nos
convertimos en compañeros de dobles mixtos y más de una vez ganamos el
campeonato del club frente a Ricard Freixes y su novia.
Hasta que llegó el día en que tuve que decidir entre el tenis o
ingresar en Freixes S.A., donde Susana, ya con su pelo castaño, trabajaba en el
departamento de relaciones públicas. Recuerdo que yo disponía de un potente
drive pero mi revés, pese a usar las dos manos, era apenas un golpe defensivo
que me obligaba a correr mucho por la pista, y mis piernas, las que ahora me
llevan cansinamente, carecían de la resistencia necesaria. Así que si quería
probar en el circuito profesional, tenía que mejorar mi revés o mis piernas.
Los consejos de Rubio, de la Arena y
Samará sobre cómo afrontar una entrevista me fueron de gran utilidad frente al
jefe de personal, aunque no descarto que influyera favorablemente la
recomendación de Ricard Freixes. Tras un breve cursillo de formación, no muy
distinto al que voy a impartir en Madrid si consigo llegar a tiempo, ocupé un modesto
cargo, ya extinguido por inoperante, en la sucursal de Barcelona, y por fin
Susana y yo pudimos plantearnos comprar un piso. Huelga decir el manual que
empleamos, junto con la generosa aportación de las dos familias, para encontrar
un hogar acorde a nuestras necesidades.
Durante dos o tres años continué
acumulando manuales, el de Monserrate, que nos ayudó a casarnos en los juzgados
del Paseo de LLuís Companys, el de Ibáñez, con el que concebimos a nuestro hijo
y lo tendremos de forma saludable, el de Merino, que ha ampliado mis
habilidades en el mundo de los ejecutivos y aún ha de facilitarme tantos
ascensos, y cada día los colocaba sobre el suelo de mi cuarto y los repasaba.
Mi personalidad era una sólida columna de manuales que en cualquier momento se
podía desmoronar. Eran muchos libros, me vi obligado a hacer una selección. En
una tarjeta que llevo siempre conmigo, anoté los títulos imprescindibles por
orden y la dirección y el número de la caja de seguridad del banco al que me
dirijo, y cuando salí de mi casa paterna de la Avenida de Pedralbes para
trasladarme a la Diagonal con mi primer maletín lleno de manuales en el que iba
mi personalidad, ya había abandonado la idea de llegar a ser como uno quiere y
estaba decidido a ser como me convenía. Y ahora, I'm sorry Mr., I don't
understand you, ni siquiera estoy seguro de qué lugar ocupo en la empresa
porque no me ocupo a mí mismo. Soy un ejecutivo vacante. Cruzo Mallorca, veo el
número ochenta, el ochenta y dos del Paseo de Gràcia y, casi arrastrándome,
entro en el Banco Central agarrado a la tarjeta que muestro al empleado después
de saltarme la cola. Tomo el maletín de reserva, una copia exacta del que me
han robado que tuve la precaución de guardar en su momento, y agónicamente
repaso el orden de los libros.
Desde una cabina llamo a Susana, mi
querida LLetuga, y le pregunto sobre su embarazo tras haber superado, así parece, el mío. Si todo va bien, un día hablaré a mi
hijo del doctor Covenny.
Voy en un taxi camino del Aeropuerto
de El Prat, recordando con ayuda del prestigioso García Valero el argumento que una vez más expondré en
Madrid, cuando explique que si bien la profesión no es extremadamente difícil
tampoco es tan simple como algunos pretenden, por ejemplo, todos, o casi,
sabemos freír un huevo pero tenga usted -y se los doy- esta sartén y este huevo
y diga cómo se hace, y entre los nervios del primer día y la lógica perplejidad
ante la propuesta, el aspirante a ejecutivo se queda mirando a sus compañeros
sin saber qué decir y entonces yo me apresuro a recitar mi discurso aprendido
de memoria, no vaya a ser que alguien se decida a opinar.
Juan
Sánchez
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