Es muy alentador encontrar gente
que nos alegra la mañana con un comentario, anécdota, noticia… incluso si es en
las redes sociales. Y si este ser humano existe, ese es Justo Sotelo, a quien -a veces- confundo con un protagonista de ficción.
Nunca hemos tomado café juntos,
cuando lo hagamos creo que tendremos una conversación disparatada y nos
reiremos de nuestros propios personajes.
Tuvo la amabilidad de enviarme su
novela “Entrevías,
Mon amour” que ejerció un efecto
inesperado en mi subjetivismo: me transporté a esa iglesia donde los
protagonistas vivieron y crecieron desde niños. Yo, que no sufrí ni de oídas
ninguna contienda, me vi -mentalmente- conviviendo con españoles, hijos de la
guerra. Conozco muchos nativos de España que aun sufren sus consecuencias y sus
traumas. Luchar entre familiares (a veces sin proponérselo) deja cicatrices
profundas en una sociedad, aunque sean intangibles. Y se heredan esas
cicatrices de generación en generación.
La trama solo tiene estos
personajes como telón o paisaje de una(s) historia(s)
más íntima(s) y de la Historia que, como gran tela-araña nos abarca a todos.
Teo Abad es un periodista que abandonó su
ciudad, familia, amigos para viajar como corresponsal de guerra en Iraq y otros
países, al regresar le esperan para que ‘dé cuerda’ a las pasiones, anhelos,
ilusiones de cada uno ellos (los ‘abandonados’) y hasta a la muerte de algunos.
Judith es una arqueóloga, que necesita encontrar los cadáveres
desaparecidos de sus padres para recuperar su infancia y parte de su identidad,
además se aman con Teo desde la tierna juventud. Tiene una joven hija de otra
pareja: Tamara
Edipa a quien no le disgusta su
silla de ruedas trabaja también como arqueóloga con su amiga Judith.
El padre Román que los albergó desde
niños en una Iglesia a la sazón desacralizada y que será demolida después que
él muera permitiendo que muchos secretos salgan a la luz.
El padre de Teo es un caso
especial, para mí: un arquetipo español y una personalidad muy tierna, humana.
Su obsesión es “llevarse la vida por delante” y su meta obcecada es quemar el
panteón de El Escorial como venganza ideológica, también: visitar la tumba de
Machado donde desea dejarle un poema como muchos hacen.
Incluyendo los secundarios, como Tamara y la
Niña, cada personaje teje parte de la historia de España en ese lugar y
momento, a la vez que dibujan nuestras fortalezas y debilidades de seres
humanos.
¡Qué acierto hacer jugar a
Antígona e Ifigenia entre ellos! Una pincelada de tragedia griega que está muy
a tono con el clima de pasión y muerte, misterio y sacrificio que destila esta
novela.
No comulgo con lo que dice Justo
Sotelo sobre mí: no soy una crítica literaria. No: leo, siento y traduzco mis
emociones, sensaciones, pensamientos sobre libros, sin la técnica ni
profesionalidad que se les adjudica a los críticos de cualquier expresión
artística. Podría opinar que soy una lectora activa o ¿reactiva? Y volveré a
decir como lo hice en un “comentario informal”: Creo que, desde mi juventud,
cuando leí Rayuela o Bonjour tristesse, no había disfrutado tanto.
Cuando encuentro una joyita
literaria -como Entrevías
Mon Amour- detengo
todo y me dedico a disfrutar de su lenguaje sencillo, culto, bello, cero
ampulosidades y de un estilo muy cuidado que nos permite entrar de lleno en el
centro de un drama que atraviesa lo individual para plasmar lo universal.
También para expresar lo que todos nos preguntamos: ¿por qué siguen las guerras
tan repudiadas por todos? ¿Por qué seguimos entregando nuestros hijos, pero no
podemos decidir sobre ellas?
La ternura está coloreando todas
las escenas por tremendas que sean. Como cuando Judith dice: "Las cunetas
se han formado con el polvo de los muertos, los camposantos están llenos de
zanjas, las zanjas llenas de fusilados. Sólo quiero que me arropes y te quedes
a mi lado hasta que me duerma". O como cuando padre e hijo se desnudan en
el cerro donde admiran los pájaros, sus colores y sus cantos, en un acto
rebelde de plena libertad para luego abrazarse, para no dejar a su padre solo y
fundir sus calores.
La escena con el padre en el
cerro, según mi parecer, es antológica. Tiene sonidos, colores, danza alocada
de cuerpos y sentimientos. Si alguna vez llegara a filmarse, será tan recordada
como la de Zorba el griego. Es mi impresión.
Teo cumple con todos, ha sido
catalizador de los deseos de sus amigas, de su padre y regresa a su labor de
corresponsal de guerra (a lo que había renunciado) él mismo ha cambiado, su
barrio y sus seres cercanos también, solo el recuerdo de la chiquilla que murió
en sus brazos no lo ha hecho, ella seguirá indeleble en su memoria. Debe volver
porque “se necesitan héroes para derrotar al monstruo de
la guerra… O locos”. Un final redondo y
el principio de otro ciclo con muchos interrogantes y puntos suspensivos.
Mil gracias Justo Sotelo por deleitarme con tu obra y permitirme dar mi humilde
opinión sobre la misma.
Mónica Ivulich,
para Revista Guka, DR2018Fr
COMENTARIO INFORMAL
Cuando tenía 7 años tuve un
sarampión impresionante, me picaba dentro de las orejas, entre los dedos de los
pies, debajo y dentro de los párpados, el cuero cabelludo… mis padres habían
oído que debían darme calor para que la erupción fuera rápida y curara lo más
pronto posible, así que, además de la estufa, el pañuelo rojo en el cuello y
las mantas, a mi padre se le ocurrió darme una pequeñísima copa de fernet, si…
y puro.
Era la primera vez que permitían
que yo probara alcohol. Cuando papá se fue a trabajar mi madre vino y vio que
yo sorbía apenas el fernet y lo dejaba. Me dijo: -si no te gusta no te obligues
a beber…- La miré sorprendida y respondí: - ¡al contrario! ¡Bebo de a poquito
para que no se gaste!
Es lo que me ha pasado con la
novela de Justo Sotelo “Entrevias, mon amour”. Leo un capítulo por día y me
detengo a saborearlo. Por sus figuras literarias, las situaciones en que se ven
comprometidos los protagonistas, las personalidades de cada uno, los recuerdos,
historias, reflexiones… podría haberlo leído en uno o dos días, pero decidí
conscientemente no hacerlo. Voy al paso y de la mano de Teo o de Judith, de
cada personaje vestido o desnudado magistralmente por Justo.
Pronto terminaré y me dará pena
abandonar esta trama, lugar y los amigos que he conocido en Entrevías…
Creo que, desde mi juventud, cuando
leí Rayuela o Bonjour tristesse, no había disfrutado tanto. En un par de días
haré la nota en forma menos emocional y más seria, pero, de todas maneras,
estaré melancólica habiendo cerrado un libro extraordinario.
Mónica Ivulich,
DR2018Fr.
BIOGRAFÍA Y BIBLIOGRAFÍA
Justo Sotelo nació en
Madrid. Además de doctor y catedrático de economía, es licenciado y doctor en
Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, máster en Estudios Literarios y
en Literatura Española. El hecho de obtener el Premio Nacional de Bachillerato,
y gustarle tanto las disciplinas científicas como las humanísticas, le llevó a
estudiar Economía, al considerar que era una ciencia que reunía ambas
vertientes. Años después se decidió a analizar los fundamentos teóricos y
críticos de la literatura, ya que nunca ha dejado de escribir relatos.
Cuando habla de sus
influencias literarias, cita "Rayuela", de Cortázar,
"Ulises", de Joyce, "En busca del tiempo perdido", de
Proust, "El ruido y la furia", de Faulkner, el mismísimo
"Quijote"... Considera que la vida, en parte, es lo que es porque se
ha aprendido en los libros. Y no sólo por la influencia en cada persona, sino
en los maestros y amigos. La ficción se nutre de la realidad, pero ésta se
transforma gracias a la ficción.
Como economista y
profesor, Justo Sotelo es licenciado en ADE (Cunef, adscrito a la Universidad
Complutense), doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la misma
Universidad y catedrático de Política Económica. Además, ha trabajado como
titulado del Servicio de Estudios del BBVA en el área de Macroeconomía y
Coyuntura Económica.
Profesor de Economía y
Literatura en distintas universidades, es Premio “Ángel Herrera” a la mejor
labor docente.
Obras de literatura
Narrativa
“La muerte lenta”. (1995),
Madrid, Ediciones Libertarias, 155 p. ISBN 84-7683-410-1
“Vivir es ver pasar”.
(1997), Madrid, Editorial Huerga y Fierro, 220 p. ISBN 84-89-858-09-8
“La paz de febrero”.
(2006), Madrid, Editorial Huerga y Fierro, 204 p. ISBN 84-8374-576-3
“Entrevías mon amour”.
(2009), Madrid, Narrativa Bartleby, 306 p. ISBN 978-84-92799-15-2
“Las mentiras inexactas”
(2012), Madrid, Izana Editores, 232 p. ISBN 978-84-939-646-6-5
“Cuentos de los viernes”
(2015), Madrid, Narrativa Bartleby, 87 p. ISBN 978-84-92799-89-3
“Cuentos de los otros”
(2017), Madrid, Narrativa Bartleby, 134 p. ISBN 978-84-92799-54-1
Ensayo
“Los mundos de Haruki
Murakami” (2013), Madrid, Izana Editores, 329 p. ISBN 978-84-940657-4-3
Poesía
“Ocho heroidas al estilo
de Ovidio” (2008), Madrid, Revista Hesperia, Culturas del Mediterráneo, nº 11,
p. 245-251.
“Rechazo la simpatía de
otros muslos” (2015), Málaga, Revista Álora, nº 31, p. 78.
Obra crítica
"La semántica
ficcional de los mundos posibles en la novela de Haruki Murakami". Tesis
Doctoral. Universidad Complutense (2011).
"Los mundos posibles
en las novelas de posguerra de Manuel Rico". Trabajo Fin de Máster.
Universidad Complutense (2012).
“Una visión de Virginia
Woolf” (2007), Revista Turia, mayo.
“Gabriel Relham, autor del
Aleph” (2008), Madrid, Revista Hesperia, Culturas del Mediterráneo, nº 9, p.
97-102.
“El mundo posible de
Paulino” (2013), Consideraciones teóricas acerca de “Paulino y la joven
muerte”, de Miguel Veyrat, Madrid, Izana, p. 133-196. ISBN 978-84-940-657-5-0
“Prólogo" de La
fragua cero, de Gabriela Amorós Seller (2014), Madrid, Izana, p. 11-23. ISBN
978-84-942712-0-5
“Prólogo de En fuga”, de
David Abad (2014), Yagruma ediciones, Aranjuez. ISBN 978-84-3173-0-9
Obras de economía
“Economía española. Los
marcos sectorial y social”. (1995), Madrid, Editorial Mapfre, 282 p. ISBN
84-7100-941-2
“Introducción a la
macroeconomía” (en colaboración). (1996), Madrid, Esic editorial, 278 p. ISBN
84-7356-137-6
“Macroeconomía práctica”
(en colaboración). (1996). Madrid. Civitas, 350 p. ISBN 84-470-0785-5
“El medio ambiente en la
política económica: hacia un modelo de integración en España” (en
colaboración). (2000), Madrid, Mundi Prensa y Fungesma. Madrid, 214 p. ISBN
84-7114-949-4
“Ética, crecimiento
económico y desarrollo humano”, con Jaime Marchesi. (2002), Madrid, Editorial
Trotta, 203 p. ISBN 84-8164-565-6
“Teorías y modelos
macroeconómicos” (en colaboración). (2003), Madrid, Esic editorial, 356 p. ISBN
978-84-735-633-8-3
“Exégesis de los tratados
de la Unión Europea” (en colaboración) (2005), Madrid, Thompson y Civitas, 1356
p. ISBN 84-470-2380-X
Más de 30 artículos y
capítulos de libros de economía sobre sus especialidades, publicados en Alianza
Universidad Textos, Espasa Calpe, Información Comercial Española, Instituto de
Estudios Económicos, etc.
Comentario por Marta Sanz
Entrevías mon amour de
Justo Sotelo es uno de esos libros que no le tienen miedo a la tristeza; que no
temen que un lector, acostumbrado a que le regalen los oídos con historias
cuyos personajes encarnan los valores de un manual de autoayuda, lo cierre y no
siga firmando con su autor ese pacto de confianza que implica ir pasando una
página detrás de otra. Entrevías mon amour es, pues, una de esas novelas
extrañamente respetuosas con sus lectores.
Esta novela escarba en lo
que somos cada uno de nosotros indagando en las razones de nuestras
enfermedades, nuestros traumas, la manera que tenemos que coger un vaso,
nuestro oficio o nuestra forma de hacer el amor... Y explica todo eso sin dar
explicaciones: tan sólo trazando una historia en la que cada uno de sus
protagonistas es la cristalización de un pasado común, traumático, plagado de
secretos, difuntos y fantasmas, que se quedan pululando por esa Historia con
mayúscula que vamos construyendo cada día con nuestras pequeñas y minúsculas historias.
Desde el espacio más
íntimo y sin recurrir a la épica, Sotelo habla de la guerra y de las guerras,
el tema heroico por antonomasia. Habla de la responsabilidad de los verdugos y
de esa otra responsabilidad, quizá más lábil y más difícil de comprender: la
responsabilidad de unas víctimas que tienen la obligación moral de superar el
dolor para desenterrar a los muertos que son simiente de amapola en las cunetas
y recuperar, así, una memoria sin nostalgia que permita a todos los huérfanos,
a todos los exiliados —de sus países y de sí mismos—, a todos los desposeídos y
los desarraigados, seguir hacia adelante escribiendo la historia de los
vencidos... Como Walter Benjamin, que constituye una de las muchas referencias
vitales y literarias de esta novela, o Gabilondo, uno de sus personajes, como
los forenses y los patólogos, como Judith y Edipa que no por casualidad son
arqueólogas y saben que, sin conciencia del pasado, no se puede confiar en el
digno advenimiento del futuro.
Detrás de cada muerto o de
cada corazón herido en esta novela hay una experiencia triste —plomo,
envenenamiento, talidomida, violencia, asesinato—; sin embargo, pese a toda esa
tristeza por la que no hay que pedir perdón, Sotelo no cae en la telaraña
pegajosa de las propuestas literarias que se regodean en que no hay nada que
hacer y en que el ser humano es un animal maniatado por su dolor y por su
escepticismo; una de esas propuestas que, comercializando un sentido espurio de
la angustia, son como una llaga en el carrillo que vamos agrandando con la
lengua: cuanto más nos mortifica, más nos satisface. Nos recreamos
estéticamente en el propio sufrimiento, nos damos tanta lástima y es tan bonito
llorar y regodearse en las más bajas pasiones, que estamos a un paso de la
cursilería y de que la literatura se convierta tan sólo en un mecanismo para
hermosear la tragedia. Y hermosear la tragedia es lo mismo que no ver. Sin
embargo, Sotelo no escribe una novela para que sus lectores, en la
gratificación del reconocimiento, se den pena a sí mismos mientras descubren lo
bien que escribe un autor, sino para que, como su protagonista, Teo Abad —un
hombre que es heroico en la misma medida que imperfecto—, al final y pese a
todas las pérdidas, sigan adelante, haciendo eso que exactamente tienen que hacer.
Entrevías mon amour es una
novela sobre la conciencia del individuo en y sobre la Historia, y sobre la
lucidez que implican las respuestas positivas que no son huidas hacia adelante.
Hay que agradecerle al autor su valentía, su sensibilidad política y literaria
que le impide caer en la demagogia equidistante y revisionista de algunos
relatos históricos y mediáticos sobre la segunda república, la guerra civil, la
posguerra y el franquismo; hay que agradecerle su lenguaje exigente; su mirada
respecto a esos actos de heroísmo cotidiano que tienen un punto ridículo que no
deja de ser a la vez intrépido; hay que alabar también la sabiduría de este
libro para mezclar la violencia y la ternura, así como la creación de un grupo
mujeres poderosas que reivindica su sexualidad y su alegría de vivir desde la
esperanza y la lucha. Y hay que agradecerle, sobre todo, que tras cerrar la
última página de Entrevías mon amour, nos vibre en el cerebro, en el fondo del
tímpano y en la punta de la lengua, ese grito que nunca deberíamos olvidar: No
a la guerra.
Entrevías mon amour
Justo Sotelo
PILAR CASTRO | 05/03/2010
Es digna de mención la
contumacia de este madrileño, autor de cuatro novelas que, desde 1995, han ido
definiendo su apuesta por un estilo exigente, sobrio y culto. Lo es porque
desde que publicó la primera (La materia lenta; después vinieron Vivir es ver
pasar y La paz de febrero) hasta esta última, Entrevías mon amour, se ve el
recorrido de un escritor alentado por un afán de explorar, con el lenguaje,
significados y sentidos; y por el importante poso de voraz lector, aunque
selecto, a juzgar por las voces (clásicas y modernas) que se dejan sentir en
los nombres y en los destinos de esta historia. Su argumento adopta el punto de
vista de uno de sus protagonistas (aunque, en cierto modo, es un relato coral),
“Teo Abad”: 40 años, reportero, regresa a Madrid (desde Bagdad, los Balcanes,
Irak…), al paisaje de Entrevías, con la intención de no volver a cubrir más
guerras. Regresa, así, a una parte de su vida que creía olvidada, a la vida de
las mujeres de sus recuerdos, seres “atravesados por alguna limitación física y
espiritual”, desamor, olvido, esterilidad, falta de libertad, deseo de
venganza. Eran los nacidos en los 60, los que conocen lo ocurrido en este país
de oídas, “con falta de ortografía y sin sintaxis”. Regresa a Judith,
arqueóloga, empeñada en remover en las ruinas de su infancia para recuperar a
sus padres, anarquistas fusilados y desaparecidos en los 70; al párroco Román,
resistiéndose a que se abran “zanjas por todas partes”. Regresa a la vida de su
padre, un niño de la guerra, tocado por la onda expansiva de su única verdad,
su última obsesión: “llevarse la vida por delante”, destruir “el panteón de El
Escorial”, donde “tantos se dejaron la dignidad”, y visitar la tumba de
Machado. Y todos parece que esperan algo de él. Al menos eso deducimos de su discurso,
ininterrumpido y desordenado, como todos los que rescatan residuos de la
memoria, sin aclaraciones ni juicios. De modo que, lo que nos llega es la
historia de un paisaje emocional en el que conviven diferentes planos, voces,
distintas generaciones. La hace entrañable la imperceptible sutura entre
personajes, entre escenas crudas y tiernas. La enriquece su acertado manejo de
la elipsis. Y la humaniza el que trata de quienes se dejan la vida buscando su
memoria, “derrotar el monstruo de la guerra”. De cualquier guerra. Y todavía
más: es una novela de las que siguen, a pesar de terminar.http://www.europapress.es/cultura/noticia-almudena-mestre-recorre-obra-justo-sotelo-lenguaje-ficcionalidad-ritmo-jazz-20180511203257.html
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